Si algo levanta pasiones (y peleas por la última), son las croquetas caseras. Las nuestras tienen historia, y mucha bechamel. Nada de esas redondas congeladas que parecen pelotas de golf. Aquí se hacen a mano, una por una, con la pringá del puchero o con jamón serrano, y un rebozado finito que cruje al primer mordisco.
Se sirven en platito de barro, con su servilleta de papel debajo, como en los bares de toda la vida. Y cuando las pruebas… ¡ay, cuando las pruebas! Sabe a abuela, a fiesta familiar, a domingo en bata y a infancia feliz.
Y por si fuera poco, vienen con pan pa’ acompañar, porque la croqueta, si no se comparte o se moja, no sabe igual. Así que ya sabes, si eres de los que se pelea por la última, ven con hambre y con amigos… o reserva un platito solo pa’ ti.